Carta a la maestra.
Permíteme,
querida amiga, que inicie este libro dirigiéndome a ti para rendirte tributo de
admiración y para encomendarte el destino de estas páginas. Te llamo
"amiga" y bien puedes ser desde luego "amigo", pues a todos
y cada uno de los maestros me refiero: pero optar por el femenino en esta
ocasión es algo más que hacer un guiño a lo políticamente correcto. Primero,
porque en este país la enseñanza elemental suele estar mayoritariamente a cargo
del sexo femenino (al menos tal es mi impresión: humillo la cerviz si las
estadísticas me desmienten); segundo, por una razón íntima que queda aclarada
suficientemente con la dedicatoria de la obra y que quizá subyace, como ofrenda
de amor, al propósito mismo de escribirla.
En lo tocante a la admiración, tampoco hay pretensión de halago oportunista. Vaya
por delante que tengo a las maestras y maestros como el gremio más necesario,
más esforzado y generoso, más civilizador de cuantos trabajamos para cubrir las demandas de un Estado
democrático. [...]
Actualmente coexiste en este país -y creo que el fenómeno no es una exclusiva
hispánica- el hábito de señalar la escuela como correctora necesaria de todos
los vicios e insuficiencias culturales con la condescendiente minusvaloración del
papel social de maestras y maestros. ¿Que se habla de la violencia juvenil, de
la drogadicción, de la decadencia de la lectura, del retorno de actitudes
racistas, etc.? Inmediatamente salta el diagnóstico que sitúa -desde luego no
sin fundamento- en la escuela el campo de batalla oportuno para prevenir males
que más tarde es ya dificilísimo erradicar.
Cualquiera
diría por lo tanto que los encargados de esa primera enseñanza de tan radical
importancia son los profesionales a cuya preparación se dedica más celo institucional,
los mejor remunerados y aquellos que merecen la máxima audiencia en los medios
de comunicación. Como bien sabemos, no es así. La opinión popular
(paradójicamente sostenida por las mismas personas convencidas de que sin una
buena escuela no puede haber más que una malísima sociedad) da por supuesto que
a maestro no se dedica sino quien es incapaz de mayores designios, gente inepta
para realizar una carrera universitaria completa y cuya posición socioeconómica
ha de ser -¡así son las cosas, qué le vamos a hacer!- necesariamente ínfima.
Incluso existe en España ese dicharacho aterrador de "pasar más hambre que
un maestro de escuela"...
En los talking-shows
televisivos o en las tertulias radiofónicas rara vez se invita a un maestro:
¡para qué, pobrecillos! Y cuando se debaten presupuestos ministeriales, aunque
de vez en cuando se habla retóricamente de dignificar el magisterio (un poco con cierto tonillo entre paternal y
caritativo). Las mayores inversiones, se da por hecho que deben ser para la enseñanza
superior. Claro, la enseñanza superior debe contar con más recursos que la
enseñanza... ¿inferior? Todo es un autentico disparate. Quienes asumen que
los maestros son algo así como fracasados deberían concluir entonces que la
sociedad democrática en la que vivimos es también un fracaso. [...]
No soy amigo de convertir la reflexión en lamento. Mi actitud, nada original
desde los estoicos, es contraria a la queja: si lo que nos ofende o preocupa es
remediable debemos poner manos a la obra y si no lo es resulta ocioso
deplorarlo, porque este mundo carece de libro de reclamaciones. Por otra parte,
estoy convencido de que tanto en nuestra época como en cualquier otra sobran
argumentos para considerarnos igualmente lejos del paraíso e igualmente cerca del
infierno. Ya sé que es intelectualmente prestigioso denunciar la presencia
siempre abrumadora de los males de este mundo pero yo prefiero elucidar los
bienes difíciles como si pronto fueran a ser menos escasos: es una forma de
empezar a merecerlos y quizá a conseguirlos...
En el caso de un libro sobre la tarea de educar, empero, el optimismo me parece
de rigor: es decir, creo que es la única actitud rigurosa. Veamos: tú misma,
amiga maestra, y yo que también soy profesor y cualquier otro docente podemos
ser ideológica o metafísicamente profundamente pesimistas. Podemos estar
convencidos de la omnipotente maldad o de la triste estupidez del sistema, de
la diabólica microfísica del poder, de la esterilidad a medio o largo plazo de
todo esfuerzo humano y de que "nuestras vidas son los ríos que van a dar a
la mar, que es el morir". En fin: lo que sea, siempre que sea
descorazonador. Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto derecho a
verlo todo del color característico de la mayor parte de las hormigas y de gran
número de teléfonos antiguos, es decir, muy negro.
Pero en
cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas, ¡ay! Y es que la enseñanza presupone el optimismo tal como la
natación exige un medio líquido para ejercitarse. Quien no quiera mojarse, debe
abandonar la natación; quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje
la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación. Porque educar es creer en la
perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de
saber que la anima,
en que hay cosas (símbolos, técnicas, valores, memorias, hechos…) que pueden
ser sabidos y que merecen serlo, en que los hombre podemos mejorarnos unos a
otros por medio de conocimiento [...]
Hablare del
valor de educar en el doble sentido de la palabra “valor”. Quiero decir que la
educación es valiosa y valida, pero también que es un acto de coraje, un paso
al frente de valentía humana. Cobardes o
recelosos, abstenerse.
Lo malo es
que todos tenemos miedos y recelos, sentimos desánimo e impotencia y por eso la
profesión de maestro -en el más amplio sentido del noble término, en el más
humilde también- es la tarea más sujeta a quiebras psicológicas, a depresiones,
a desalentada fatiga acompañada por la sensación de sufrir abandono en una
sociedad exigente pero desorientada. De ahí nuevamente mi admiración por
vosotras y vosotros. Y mi preocupación por lo que os-nos debilita y
desconcierta [...]
Fernando Savater. El valor de
educar.
REFLEXIÓN PERSONAL.
Este texto es
especial para mí desde mucho antes de empezar la carrera. Aquí no está
completo, pero resume bien la idea que se quiere transmitir. Me resulta tan
especial la manera en la que habla de su admiración por los maestros, que me
identifico plenamente con él. Hay una frase que me gusta mucho que dice; “Si
quieres aprender, enseña”. Pienso que nos encontramos en la actualidad, en un
momento en el que la educación sigue siendo uno de los grandes retos.
Desgraciadamente pocas personas tienen una visión de la educación como la que
muestra Fernando Savater en sus palabras. Desde luego no vamos a cambiar la
realidad si la aceptamos pasivamente y nos conformamos. Y con esto es con lo
que me quedo. Esto es precisamente lo que tenemos que cambiar. Por tanto, uno
de los grandes desafíos que se nos presentan a los que empezamos a meternos de
lleno en este mundo es el de ir siempre más allá, el de intentar separar lo que
es verdaderamente esencial y lo que es accesorio. Yo, como futura maestra,
pienso que las cosas pueden ser de otra manera y confió en que lo serán.
¡Qué gran libro, qué precioso fragmento y qué maravillosa forma de iniciar al blog! Separar lo esencial de lo accesorio supone estar bien formada, pero también educar con el corazón en lugar de solo con la cabeza. Y tiene toda la pinta de que tú sabrás hacerlo estupendamente :)
ResponderEliminarTe lo anoto como voluntario.