lunes, 1 de octubre de 2012

Carta a la maestra, Fernando Savater.


Carta a la maestra.

Permíteme, querida amiga, que inicie este libro dirigiéndome a ti para rendirte tributo de admiración y para encomendarte el destino de estas páginas. Te llamo "amiga" y bien puedes ser desde luego "amigo", pues a todos y cada uno de los maestros me refiero: pero optar por el femenino en esta ocasión es algo más que hacer un guiño a lo políticamente correcto. Primero, porque en este país la enseñanza elemental suele estar mayoritariamente a cargo del sexo femenino (al menos tal es mi impresión: humillo la cerviz si las estadísticas me desmienten); segundo, por una razón íntima que queda aclarada suficientemente con la dedicatoria de la obra y que quizá subyace, como ofrenda de amor, al propósito mismo de escribirla.
    En lo tocante a la admiración, tampoco hay pretensión de halago oportunista. Vaya por delante que tengo a las maestras y maestros como el gremio más necesario, más esforzado y generoso, más civilizador de cuantos trabajamos para cubrir las demandas de un Estado democrático. [...]
    Actualmente coexiste en este país -y creo que el fenómeno no es una exclusiva hispánica- el hábito de señalar la escuela como correctora necesaria de todos los vicios e insuficiencias culturales con la condescendiente minusvaloración del papel social de maestras y maestros. ¿Que se habla de la violencia juvenil, de la drogadicción, de la decadencia de la lectura, del retorno de actitudes racistas, etc.? Inmediatamente salta el diagnóstico que sitúa -desde luego no sin fundamento- en la escuela el campo de batalla oportuno para prevenir males que más tarde es ya dificilísimo erradicar.
Cualquiera diría por lo tanto que los encargados de esa primera enseñanza de tan radical importancia son los profesionales a cuya preparación se dedica más celo institucional, los mejor remunerados y aquellos que merecen la máxima audiencia en los medios de comunicación. Como bien sabemos, no es así. La opinión popular (paradójicamente sostenida por las mismas personas convencidas de que sin una buena escuela no puede haber más que una malísima sociedad) da por supuesto que a maestro no se dedica sino quien es incapaz de mayores designios, gente inepta para realizar una carrera universitaria completa y cuya posición socioeconómica ha de ser -¡así son las cosas, qué le vamos a hacer!- necesariamente ínfima. Incluso existe en España ese dicharacho aterrador de "pasar más hambre que un maestro de escuela"...
En los talking-shows televisivos o en las tertulias radiofónicas rara vez se invita a un maestro: ¡para qué, pobrecillos! Y cuando se debaten presupuestos ministeriales, aunque de vez en cuando se habla retóricamente de dignificar el magisterio (un poco con cierto tonillo entre paternal y caritativo). Las mayores inversiones, se da por hecho que deben ser para la enseñanza superior. Claro, la enseñanza superior debe contar con más recursos que la enseñanza... ¿inferior? Todo es un autentico disparate. Quienes asumen que los maestros son algo así como fracasados deberían concluir entonces que la sociedad democrática en la que vivimos es también un fracaso. [...]
   No soy amigo de convertir la reflexión en lamento. Mi actitud, nada original desde los estoicos, es contraria a la queja: si lo que nos ofende o preocupa es remediable debemos poner manos a la obra y si no lo es resulta ocioso deplorarlo, porque este mundo carece de libro de reclamaciones. Por otra parte, estoy convencido de que tanto en nuestra época como en cualquier otra sobran argumentos para considerarnos igualmente lejos del paraíso e igualmente cerca del infierno. Ya sé que es intelectualmente prestigioso denunciar la presencia siempre abrumadora de los males de este mundo pero yo prefiero elucidar los bienes difíciles como si pronto fueran a ser menos escasos: es una forma de empezar a merecerlos y quizá a conseguirlos...
    En el caso de un libro sobre la tarea de educar, empero, el optimismo me parece de rigor: es decir, creo que es la única actitud rigurosa. Veamos: tú misma, amiga maestra, y yo que también soy profesor y cualquier otro docente podemos ser ideológica o metafísicamente profundamente pesimistas. Podemos estar convencidos de la omnipotente maldad o de la triste estupidez del sistema, de la diabólica microfísica del poder, de la esterilidad a medio o largo plazo de todo esfuerzo humano y de que "nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir". En fin: lo que sea, siempre que sea descorazonador. Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto derecho a verlo todo del color característico de la mayor parte de las hormigas y de gran número de teléfonos antiguos, es decir, muy negro.
Pero en cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas, ¡ay! Y es que la enseñanza presupone el optimismo tal como la natación exige un medio líquido para ejercitarse. Quien no quiera mojarse, debe abandonar la natación; quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación. Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima, en que hay cosas (símbolos, técnicas, valores, memorias, hechos…) que pueden ser sabidos y que merecen serlo, en que los hombre podemos mejorarnos unos a otros por medio de conocimiento [...]
Hablare del valor de educar en el doble sentido de la palabra “valor”. Quiero decir que la educación es valiosa y valida, pero también que es un acto de coraje, un paso al frente de valentía humana. Cobardes o recelosos, abstenerse.
Lo malo es que todos tenemos miedos y recelos, sentimos desánimo e impotencia y por eso la profesión de maestro -en el más amplio sentido del noble término, en el más humilde también- es la tarea más sujeta a quiebras psicológicas, a depresiones, a desalentada fatiga acompañada por la sensación de sufrir abandono en una sociedad exigente pero desorientada. De ahí nuevamente mi admiración por vosotras y vosotros. Y mi preocupación por lo que os-nos debilita y desconcierta [...]

Fernando Savater. El valor de educar.

REFLEXIÓN PERSONAL. 

Este texto es especial para mí desde mucho antes de empezar la carrera. Aquí no está completo, pero resume bien la idea que se quiere transmitir. Me resulta tan especial la manera en la que habla de su admiración por los maestros, que me identifico plenamente con él. Hay una frase que me gusta mucho que dice; “Si quieres aprender, enseña”. Pienso que nos encontramos en la actualidad, en un momento en el que la educación sigue siendo uno de los grandes retos. Desgraciadamente pocas personas tienen una visión de la educación como la que muestra Fernando Savater en sus palabras. Desde luego no vamos a cambiar la realidad si la aceptamos pasivamente y nos conformamos. Y con esto es con lo que me quedo. Esto es precisamente lo que tenemos que cambiar. Por tanto, uno de los grandes desafíos que se nos presentan a los que empezamos a meternos de lleno en este mundo es el de ir siempre más allá, el de intentar separar lo que es verdaderamente esencial y lo que es accesorio. Yo, como futura maestra, pienso que las cosas pueden ser de otra manera y confió en que lo serán. 


1 comentario:

  1. ¡Qué gran libro, qué precioso fragmento y qué maravillosa forma de iniciar al blog! Separar lo esencial de lo accesorio supone estar bien formada, pero también educar con el corazón en lugar de solo con la cabeza. Y tiene toda la pinta de que tú sabrás hacerlo estupendamente :)
    Te lo anoto como voluntario.

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