lunes, 22 de octubre de 2012

Adaptación del cuento.



AMANECER.

Había una vez, en una ciudad muy lejana, un rey y una reina que se querían muchísimo. Tanto que decían que la vida sin el otro perdería todo sentido.  Decían que el amor verdadero no existe por sí solo, que no puedes conocerlo hasta que llega esa persona que lo cambia todo. Decían que amar no es algo que se pueda escoger, sino que simplemente ocurre. Y a ellos, les había ocurrido. Pero dentro de toda su felicidad, había algo que faltaba. Deseaban por encima de todo, tener un hijito. Paso bastante tiempo hasta que un buen día la reina quedo embarazada.
Después de nueve meses de embarazo, cuando el amanecer, el bebe nació. Era una niña. La niña más guapa del mundo. Era frágil, dulce, delicada, era preciosa. Y ya, en un solo minuto, ya le querían más que a nada en el mundo, era increíble. Se sorprendían de lo que sentían, era asombroso como habiéndola visto tan solo un minuto ya era lo más importante de sus vidas. Habían soñado con esto desde hace ya mucho tiempo. Antes disfrutaban imaginándoselo y ahora les robaba una sonrisa cada día. Que digo una, miles cada segundo. No paraban de sonreír. No sabían cómo lo hacía, pero esa pequeña conseguía sacarles lo mejor de ellos mismos. La llamaron Aurora, nombre que encajaba perfectamente con el momento en el que había nacido, puesto que el origen de este nombre está en el amanecer.
Aurora creció. Pasados 15 años,  la pequeña que ya no era tan pequeña, seguía siendo la mayor fuente de felicidad de sus padres. Aunque de pronto, la madre enfermó. Pasaban las semanas y no pegaba ojo, apenas tenía apetito, los dolores cada vez eran más fuertes y a pesar de que los mejores médicos le visitaban cada día, la reina empeoraba a pasos agigantados con el paso del tiempo.
La madre ya no podía levantarse y Aurora iba a la habitación de sus padres cada mañana y desayunaban los tres juntos en la cama. Hasta que un mal día, la reina murió dejándoles algo escrito;
“Aunque el tiempo realmente no cure el dolor de perdernos, si nos ayudara a vivir con ello. Solo nos queda pensar, que algún día, dentro de mucho tiempo, volveremos a vernos. Quiero ver, desde donde quiera que este, como pasa el tiempo y perduráis en él estando siempre unidos y queriéndoos como lo hacíamos cuando estábamos los tres. Os querré siempre, mamá”
Junto a esta nota, había una cajita dorada, pequeña, muy pequeña y con un lazo precioso, sobre el que estaba grabado el nombre de Aurora. Lo abrió, y vio un anillo, el anillo, bueno uno no, eran tres. Tres finos y delicados anillos que iban unidos. Uno, con una esmeralda preciosa, el segundo, con los brillantes más bonitos que había visto nunca, y el tercero, el anillo de oro blanco más hermoso de la tierra. Cuando los tres se juntaban, podía verse grabado en el interior; amanecer.
Fueron tiempos difíciles. Esta situación rompió con todo lo que tenían. Pasaba el tiempo y Aurora ya era una mujer, había cumplido sus dieciocho, y el padre apenas salía de su habitación. Aurora sufrió mucho, el primer año fue durísimo, pero ella había sido siempre tan inteligente como su madre y pasado un tiempo se dio cuenta, de que la vida seguía y se le estaba escapando sin apenas darse cuenta. En cambio, el dolor del rey cada día se hacía más fuerte, era algo incontrolable. Deseaba escuchar la voz de la reina en los jardines, en las habitaciones, por la casa, daba igual, simplemente necesitaba su sonido.
Aurora trato de animar a su padre, lo intentaba cada día, probo de todo, pero nada hacia efecto. Aurora le decía día tras día; “Mamá está cuidando de nosotros desde donde quiera que esté y que mejor que agradecérselo con alegrías y no con penas”.  Pero el rey no levantaba cabeza, ni siquiera por su hija, quien dentro de nada iba a cometer una locura, se iba a escapar de casa. La situación estaba siendo insoportable. Ya no podía mas, Aurora ya no tenía vida.
Pero este no fue el motivo real por el que iba a escapar. Aurora sabía que sus padres habían tenido una historia de amor diferente a cualquier otra. Mucho más especial de lo que nadie podría imaginarse. El rey ya solo podía dejarse llevar,  su felicidad dependía de la de su mujer y su tiempo cobraba sentido cuando lo compartía con ella, con ella y con su hija, pero sin ella, todo perdía sentido. Y Aurora entendió que el amor verdadero es así, puedes verlo como la mejor de las suertes o una mala pasada que te juega la vida, pero sea como sea, es irrevocable, como lo es la muerte. Ocurre. Sin llamar, sin pedir permiso. Aurora pensó que quizá el amor sea tan caprichoso como inevitable y quizá no haya más remedio para el amor, sino amar más. Igual que para el dolor, Aurora estaba segura de que con el dolor de su huida, el dolor de la pérdida de su madre se aliviaría, y entonces aparecería ella.
 Y así lo hizo, tal y como lo había planeado, una noche, salió sin que nadie le viera. Se escondió entre los bosques, anduvo horas y horas durante días, comía lo que encontraba de los arboles.  Hasta que de pronto, ¡Zas!, un hombre con escopeta la apunto sin saber quién era. Aurora no parecía Aurora; su pelo estaba recogido y la brillante melena rubia que tenía parecía un matojo de estropeados y desaliñados cabellos agarrados de mala manera. Su piel suave y delicada estaba sucia y apenas se distinguía el color de sus ojos. No podía decir quién era, Aurora no podía desvelar su identidad porque seguramente su padre habría mandado a sus hombres a buscarla. El hombre, subió a Aurora a su caballo, y llegaron al castillo. El castillo del príncipe más apuesto que Aurora había visto jamás. Fue un flechazo, se quedo prendada de él en cuanto le vio. En cambio para el príncipe paso completamente desapercibida, mando que la bajaran donde se hospedaba el servicio, y le mandaran tarea.
Pasaron unas semanas y Aurora se había hecho un hueco en el castillo trabajando en las cocinas. Estaba cómoda, le trataban bien y había hecho algunos que otros amigos. En una semana se celebraba un baile, que duraba tres días, en el que el príncipe iba a elegir esposa.
Aurora, impaciente, le suplico al encargado de cocinas que le dejara escapar un tiempo de su tarea para asomarse al baile y mirar. Tan solo quería observar. Después de mucha insistencia, lo consiguió. Y llego la primera noche. Aurora, salió corriendo de las cocinas y subió a su dormitorio apresurándose de no perder ni un solo minuto, se quito la indumentaria de servicio, llevaba un vestido sencillo pero muy bonito, se soltó su larga melena rubia y con solo un poco de colorete parecía la mujer más guapa de la faz de la tierra, le brillaban los ojos como cuando su madre miraba a su padre. Y su sonrisa solo hacia sonreír  a quien la viera.
El baile comenzó. El príncipe bailo con cientos de mujeres, todas ellas iban a él, y de pronto, apareció ella, ahí estaba, en medio de todo, Aurora. Se acerco sin pensarlo dos veces
-          ¿Cómo se llama, señorita?
-          Mi nombre es Aurora
-          ¿Cómo el amanecer?
-          Así es.
Aurora quedo sin palabras. Bailo con él, pero no todo lo que habría querido, tenía que irse a cocinas o sino su encargado no le dejaría volver mañana. Antes de irse, Aurora deslizo uno de los tres anillos que le había dejado su madre, el de la esmeralda, en el bolsillo del príncipe.
Al día siguiente, el príncipe coloco el anillo en un aparador a un lado de la sala donde se celebraba el baile, discreto, muy discreto. Apenas se notaba su presencia pero todo el mundo podía verlo, de hecho todo el mundo se fijo. El propósito del príncipe era que la mujer que hubiera perdido el anillo, al verlo, se lo dijera. Puesto que si iba preguntando por ahí, muchas interesadas mentirían y dirían que era suyo. Pero no surgió efecto. Nadie pregunto durante el baile. Cuando comenzó, otra vez, entre otras muchas damas, apareció ella, con esos ojos, con la dulzura de su sonrisa, y bailaron. Y al igual que el día anterior, deslizo el segundo anillo de su madre, esta vez era el de brillantes.
Esa noche, cuando el príncipe encontró el anillo en su bolsillo, comprendió que no era casualidad. Que a ninguna mujer se le había caído en un descuido. El príncipe estaba intrigado, y deseaba fielmente que la que deslizaba los dos anillos sobre su chaqueta fuera Aurora.
Tercera noche. Misma historia. Otro anillo, esta noche no espero a llegar a su dormitorio para  descubrir si otro anillo había sido deslizado en su chaqueta. Antes de que acabara la noche, metió su mano en el bolsillo y ahí estaba. Esta vez fue el de oro blanco. Pero algo más, este anillo era la clave, con el tercero se podían unir los tres y se podía ver su nombre grabado; amanecer.  La alegría era infinita.
Pasearon juntos toda la noche por los jardines del príncipe. Aurora le conto toda la verdad, era curioso como un momento como el de conocerse, que puede parecer tan importante, lo recuerde tan borroso. Eso es lo que le decía el príncipe, no podía recordar bien el momento en el que aquella mujer que encontraron en el bosque se adentro en su castillo. Y más curioso es aún lo rápido que arrancó todo a partir de ahí. Aurora y el príncipe se casaron después de unos meses. Y el padre de Aurora mejoraba con los días, la felicidad de tenerla cerca después de haberla extrañado tanto le hizo salir de ese agujero oscuro en el que se había metido.
Y aquí se acaba este cuento, como me lo contaron, te lo cuento.

Este cuento ha sido adaptado para el último ciclo de primaria. He cambiado aspectos como el deseo del padre de casarse con su hija, que aunque no me parece inadmisible, si me dan la oportunidad de adaptarlo, me parece más adecuado transformar este episodio teniendo en cuenta su público. He cambiado los vestidos por un anillo de tres piezas. Y me ha parecido importante también hablar del padre al final del cuento y no únicamente de la felicidad de la hija.  Al mismo tiempo, he dejado intactos aspectos como el de la muerte de la madre,  la huida de la hija o la conquista del príncipe, puesto que sin ellos me parecía que se perdía la esencia del cuento.

1 comentario:

  1. Perfecto. Escribes muy muy bien y sabes transmitir mucho con tus palabras, pero tienes que tener cuidado con las tildes porque te faltan muchas...

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