AMANECER.
Había una vez, en una ciudad muy lejana, un rey y una reina
que se querían muchísimo. Tanto que decían que la vida sin el otro perdería
todo sentido. Decían que el amor
verdadero no existe por sí solo, que no puedes conocerlo hasta que llega esa persona que lo
cambia todo. Decían que
amar no es algo que se pueda escoger, sino que simplemente ocurre. Y a
ellos, les había ocurrido. Pero dentro de toda su felicidad, había algo que
faltaba. Deseaban por encima de todo, tener un hijito. Paso bastante tiempo hasta
que un buen día la reina quedo embarazada.
Después de nueve meses de embarazo, cuando el amanecer, el
bebe nació. Era una niña. La niña más guapa del mundo. Era frágil, dulce,
delicada, era preciosa. Y ya, en un solo minuto, ya le querían más que a nada
en el mundo, era increíble. Se sorprendían de lo que sentían, era asombroso
como habiéndola visto tan solo un minuto ya era lo más importante de sus vidas.
Habían soñado con esto desde hace ya mucho tiempo. Antes disfrutaban
imaginándoselo y ahora les robaba una sonrisa cada día. Que digo una, miles
cada segundo. No paraban de sonreír. No sabían cómo lo hacía, pero esa pequeña
conseguía sacarles lo mejor de ellos mismos. La llamaron Aurora, nombre que
encajaba perfectamente con el momento en el que había nacido, puesto que el origen
de este nombre está en el amanecer.
Aurora creció. Pasados 15 años, la pequeña que ya no era tan pequeña, seguía
siendo la mayor fuente de felicidad de sus padres. Aunque de pronto, la madre
enfermó. Pasaban las semanas y no pegaba ojo, apenas tenía apetito, los dolores
cada vez eran más fuertes y a pesar de que los mejores médicos le visitaban
cada día, la reina empeoraba a pasos agigantados con el paso del tiempo.
La madre ya no podía levantarse y Aurora iba a la habitación
de sus padres cada mañana y desayunaban los tres juntos en la cama. Hasta que
un mal día, la reina murió dejándoles algo escrito;
“Aunque el tiempo realmente no
cure el dolor de perdernos, si nos ayudara a vivir con ello. Solo nos queda
pensar, que algún día, dentro de mucho tiempo, volveremos a vernos. Quiero ver,
desde donde quiera que este, como pasa el tiempo y perduráis en él estando
siempre unidos y queriéndoos como lo hacíamos cuando estábamos los tres. Os
querré siempre, mamá”
Junto
a esta nota, había una cajita dorada, pequeña, muy pequeña y con un lazo
precioso, sobre el que estaba grabado el nombre de Aurora. Lo abrió, y vio un
anillo, el anillo, bueno uno no, eran tres. Tres finos y delicados anillos que
iban unidos. Uno, con una esmeralda preciosa, el segundo, con los brillantes
más bonitos que había visto nunca, y el tercero, el anillo de oro blanco más
hermoso de la tierra. Cuando los tres se juntaban, podía verse grabado en el
interior; amanecer.
Fueron tiempos difíciles. Esta situación rompió con todo lo
que tenían. Pasaba el tiempo y Aurora ya era una mujer, había cumplido sus
dieciocho, y el padre apenas salía de su habitación. Aurora sufrió mucho, el
primer año fue durísimo, pero ella había sido siempre tan inteligente como su
madre y pasado un tiempo se dio cuenta, de que la vida seguía y se le estaba
escapando sin apenas darse cuenta. En cambio, el dolor del rey cada día se
hacía más fuerte, era algo incontrolable. Deseaba escuchar la voz de la reina
en los jardines, en las habitaciones, por la casa, daba igual, simplemente
necesitaba su sonido.
Aurora trato de animar a su padre, lo intentaba cada día,
probo de todo, pero nada hacia efecto. Aurora le decía día tras día; “Mamá está
cuidando de nosotros desde donde quiera que esté y que mejor que agradecérselo
con alegrías y no con penas”. Pero el
rey no levantaba cabeza, ni siquiera por su hija, quien dentro de nada iba a
cometer una locura, se iba a escapar de casa. La situación estaba siendo
insoportable. Ya no podía mas, Aurora ya no tenía vida.
Pero este no fue el motivo real por el que iba a escapar.
Aurora sabía que sus padres habían tenido una historia de amor diferente a
cualquier otra. Mucho más especial de lo que nadie podría imaginarse. El rey ya
solo podía dejarse llevar, su felicidad
dependía de la de su mujer y su tiempo cobraba sentido cuando lo compartía con
ella, con ella y con su hija, pero sin ella, todo perdía sentido. Y Aurora entendió
que el amor verdadero es así, puedes verlo como la mejor de las suertes o una
mala pasada que te juega la vida, pero sea como sea, es irrevocable, como lo es
la muerte. Ocurre. Sin llamar, sin pedir permiso. Aurora pensó que quizá el
amor sea tan caprichoso como inevitable y quizá no haya más remedio para el
amor, sino amar más. Igual que para el dolor, Aurora estaba segura de que con
el dolor de su huida, el dolor de la pérdida de su madre se aliviaría, y
entonces aparecería ella.
Y así lo hizo, tal y
como lo había planeado, una noche, salió sin que nadie le viera. Se escondió
entre los bosques, anduvo horas y horas durante días, comía lo que encontraba
de los arboles. Hasta que de pronto,
¡Zas!, un hombre con escopeta la apunto sin saber quién era. Aurora no parecía
Aurora; su pelo estaba recogido y la brillante melena rubia que tenía parecía
un matojo de estropeados y desaliñados cabellos agarrados de mala manera. Su
piel suave y delicada estaba sucia y apenas se distinguía el color de sus ojos.
No podía decir quién era, Aurora no podía desvelar su identidad porque seguramente
su padre habría mandado a sus hombres a buscarla. El hombre, subió a Aurora a
su caballo, y llegaron al castillo. El castillo del príncipe más apuesto que
Aurora había visto jamás. Fue un flechazo, se quedo prendada de él en cuanto le
vio. En cambio para el príncipe paso completamente desapercibida, mando que la
bajaran donde se hospedaba el servicio, y le mandaran tarea.
Pasaron unas semanas y Aurora se había hecho un hueco en el
castillo trabajando en las cocinas. Estaba cómoda, le trataban bien y había
hecho algunos que otros amigos. En una semana se celebraba un baile, que duraba
tres días, en el que el príncipe iba a elegir esposa.
Aurora, impaciente, le suplico al encargado de cocinas que
le dejara escapar un tiempo de su tarea para asomarse al baile y mirar. Tan
solo quería observar. Después de mucha insistencia, lo consiguió. Y llego la
primera noche. Aurora, salió corriendo de las cocinas y subió a su dormitorio
apresurándose de no perder ni un solo minuto, se quito la indumentaria de
servicio, llevaba un vestido sencillo pero muy bonito, se soltó su larga melena
rubia y con solo un poco de colorete parecía la mujer más guapa de la faz de la
tierra, le brillaban los ojos como cuando su madre miraba a su padre. Y su
sonrisa solo hacia sonreír a quien la
viera.
El baile comenzó. El príncipe bailo con cientos de mujeres,
todas ellas iban a él, y de pronto, apareció ella, ahí estaba, en medio de
todo, Aurora. Se acerco sin pensarlo dos veces
-
¿Cómo se llama, señorita?
-
Mi nombre es Aurora
-
¿Cómo el amanecer?
-
Así es.
Aurora quedo sin palabras. Bailo con él, pero no todo lo que
habría querido, tenía que irse a cocinas o sino su encargado no le dejaría
volver mañana. Antes de irse, Aurora deslizo uno de los tres anillos que le
había dejado su madre, el de la esmeralda, en el bolsillo del príncipe.
Al día siguiente, el príncipe coloco el anillo en un
aparador a un lado de la sala donde se celebraba el baile, discreto, muy
discreto. Apenas se notaba su presencia pero todo el mundo podía verlo, de
hecho todo el mundo se fijo. El propósito del príncipe era que la mujer que
hubiera perdido el anillo, al verlo, se lo dijera. Puesto que si iba
preguntando por ahí, muchas interesadas mentirían y dirían que era suyo. Pero
no surgió efecto. Nadie pregunto durante el baile. Cuando comenzó, otra vez,
entre otras muchas damas, apareció ella, con esos ojos, con la dulzura de su
sonrisa, y bailaron. Y al igual que el día anterior, deslizo el segundo anillo
de su madre, esta vez era el de brillantes.
Esa noche, cuando el príncipe encontró el anillo en su
bolsillo, comprendió que no era casualidad. Que a ninguna mujer se le había
caído en un descuido. El príncipe estaba intrigado, y deseaba fielmente que la
que deslizaba los dos anillos sobre su chaqueta fuera Aurora.
Tercera noche. Misma historia. Otro anillo, esta noche no
espero a llegar a su dormitorio para
descubrir si otro anillo había sido deslizado en su chaqueta. Antes de
que acabara la noche, metió su mano en el bolsillo y ahí estaba. Esta vez fue
el de oro blanco. Pero algo más, este anillo era la clave, con el tercero se
podían unir los tres y se podía ver su nombre grabado; amanecer. La alegría era infinita.
Pasearon juntos toda la noche por los jardines del príncipe.
Aurora le conto toda la verdad, era curioso como un momento como el de
conocerse,
que puede parecer tan importante, lo recuerde tan borroso.
Eso es lo que le decía el príncipe, no podía recordar bien el momento en el que
aquella mujer que encontraron en el bosque se adentro en su castillo. Y
más
curioso es aún lo rápido que arrancó todo a partir de ahí. Aurora y el
príncipe se casaron después de unos meses. Y el padre de Aurora mejoraba con
los días, la felicidad de tenerla cerca después de haberla extrañado tanto le
hizo salir de ese agujero oscuro en el que se había metido.
Y aquí se acaba este cuento, como me lo contaron, te lo
cuento.
Este cuento ha sido adaptado para el último ciclo de
primaria. He cambiado aspectos como el deseo del padre de casarse con su hija,
que aunque no me parece inadmisible, si me dan la oportunidad de adaptarlo, me
parece más adecuado transformar este episodio teniendo en cuenta su público. He
cambiado los vestidos por un anillo de tres piezas. Y me ha parecido importante
también hablar del padre al final del cuento y no únicamente de la felicidad de
la hija. Al mismo tiempo, he dejado
intactos aspectos como el de la muerte de la madre, la huida de la hija o la conquista del príncipe,
puesto que sin ellos me parecía que se perdía la esencia del cuento.
Perfecto. Escribes muy muy bien y sabes transmitir mucho con tus palabras, pero tienes que tener cuidado con las tildes porque te faltan muchas...
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