lunes, 1 de octubre de 2012

Modelos de infancia, Anabel Sáiz Ripoll.


MODELOS DE INFANCIA

por Anabel Sáiz Ripoll

Cada período histórico ha acuñado un patrón preciso de infancia, lo cual se ha manifestado en los libros destinados al consumo infantil. La articulista ofrece en las siguientes líneas un catálogo de los distintos modelos de socialización que la literatura infantil española ha reflejado a lo largo del siglo XX.

La literatura infantil parte de unas bases prefijadas por los adultos, quienes, así, se erigen en guías de los niños. De ahí que, en cada etapa histórica, se ofrezcan unos temas, estructuras y estilos determinados según lo que piensen los adultos sobre qué es un niño y cómo debe comportarse. Se trata de un círculo en el cual el adulto, que fue niño transmite al niño, que será adulto, los valores que considera necesarios para su formación y desarrollo como persona.

Es lógico que un padre se plantee la educación de su hijo y que quiera intervenir en ella de forma directa; lo menos normal es que quiera coartar su libertad y le presente ya todos los caminos trillados, escogidos y liberados de obstáculos. De hecho, muy a menudo, el adulto, mediante el ejemplo que halla en las lecturas infantiles, no sólo pretende ofrecer una imagen recta al niño de cómo debe comportarse para ser como él mismo, sino que, de paso, se evade hacia ese pasado, ese otro mundo que lo acerca más a sus orígenes, a aquel niño que él también fue; pero, y aquí está el error, la mayoría de las veces se trata sólo de un modelo anacrónico, ya superado por la propia dinámica social, que necesita una urgente revisión.

Para que el nido se identifique con la obra que consume, que lee, es preciso que ésta ofrezca experiencias similares a las que vive el niño diariamente o a las que quisiera vivir. Con demasiada frecuencia, sobre todo en las obras de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, el modelo que se ofrece al niño es, simplemente, el adulto en miniatura. Se muestra todo un mundo que el nido puede identificar fácilmente porque reproduce su propio esquema familiar: madre e hijos; maestros y amigos; niño y niñas.

Nuestro estudio se inscribe dentro de un marco mucho más amplio que nos es posible desarrollar ahora puesto que este artículo no es más que un resumen de uno de los capítulos de nuestra Tesis Doctoral, que, entre otros aspectos, pretende ofrecer un modelo textual de la literatura infantil española de este siglo a través de calas sincrónicas. En este momento nos limitaremos a sintetizar la evolución  de los modelos de socialización infantil que hemos ido aislando, por medio de distintos análisis e investigaciones, en cada una de las siguientes etapas cronológicas:


I.1875‑1902                   Prototipo: Cuentos Calleja

II.1902‑1939                  prototipo El Camarada

III. 1939‑1950                Prototipo: Antoñita fantástica

IV. 1951‑1962               Prototipo: Marcelino Pan y Vino

V. 1962‑1973                Prototipo: El Polizón del Ulises

VI. 1973‑1985               Prototipo: La ciudad que tenía de todo

Tras analizar diversos cuentecitos de Calleja, desde la perspectiva semiótica‑textual, hemos observado que el modelo de mundo que se propone en ellos es el modelo adulto. Los niños que aparecen en los cuentecitos se comportan como adultos y llevan a cabo sus mismas tareas. Por ejemplo, no aparecen los juegos en ningún momento. Los niños son únicamente buenos y caritativos y hacen caso de padres y maestros. Sus actividades cotidianas son dar limosna, limpiar la casa (las niñas), y hacer el bien.

El modelo de Calleja

El modelo de niño que propone Calleja ‑pionero indiscutible de las labores editoriales infantiles en España‑ es el de Niño ejemplar bueno con sus padres, amable con os desconocidos, estudioso, aplicado y caritativo con los pobres. Es el nido que se comporta bien, que se divierte haciendo lo que debe, y que no ocasiona ningún problema a nadie porque sólo persigue un fin: ser bueno y llegar al ciclo. Cabe añadir que esto ocurre en los cuentecitos protagonizados por niños, no en los de ambiente exótico o maravilloso, en los que el equipo de Calleja supo insuflar un aire fresco, jovial y jocoso que los niños agradecieron mucho.

Durante la preguerra la literatura infantil española vivió un momento de esplendor gracias a Elena Fortún, Antoniorrobles y Bartolozzi, el cual se frustró con la contienda civil. A la hora de estudiar esos años a través de su producción literaria hemos escogido un método de lectura que fue empleado durante mucho tiempo en escuelas y hogares. Nos referimos a El Camarada (2a parte), de José Dalmau Carles. Dejando aparte aspectos que merecerán, en su momento, mayor estudio, nos centramos directamente en el objetivo de la presente exposición. El modelo de niño que se propone aquí es el de Niño Sumiso: que acepta cualquier mandato sin ponerlo en tela de juicio, que es bueno por decreto, por imposición; que lleva en sí el embrión del instinto de culpa que ya no le abandonará mientras viva. Al niño se le ofrece un mundo dividido entre buenos y malos, entre ricos y pobres, entre honrados y perversos. Serán niños temerosos de Dios, de sus padres, de sus maestros, de sus mayores; niños con complejo de culpabilidad ante cualquier decisión que se salga, de lo corriente. Niños angustiados que tienen que responder como adultos, que tienen sus mismos deberes, pero ninguna ventaja, porque son pequeños y deben obedecer siempre. Son los demás los que dirigen su vida, su futuro. Son los demás los que canalizan su porvenir.

La posguerra fue de una extraordinaria dureza en España, y no hace falta insistir más en ello. Las gentes tuvieron que inventarse medios para sobrevivir a tanta angustia. La radio fue uno de ellos, y, precisamente a través de las ondas radiofónicas, apareció Antoñita, !a fantástica en la década de los 40, representada por su propia autora, Borita Casas. Antoñita era una niña de la clase media acomodada, a la que le pasaban cosas divertidas, siempre en el ámbito infantil. Antoñita era una niña que hacía travesuras, que observaba cl mundo, que aprendía a entender las cosas.

Antoñita ya no es la niña modelo, buena sin más, sino una niña más compleja, de carne y hueso, con aspectos positivos y negativos. Antoñita encarna el rol de Niña Traviesa, no el de niña ejemplar, no el de niña sumisa o santa. El mundo de Antoñita es un mudo real y su autora se vale de sus aventuras imaginativas para denunciar aspectos y defectos de una sociedad adulta que aún no ha aprendido a comprender a los niños.

Siguiendo en el tiempo, un libro que conoció gran éxito en España y en el extranjero fue Marcelino Pan y Vino (1952), de José Mª Sánchez Silva. En el libro, en su protagonista principal se ha operado un gran cambio. Se trata de un cuento religioso, pero Marcelino no es un niño santo de los pies a la cabeza, ni un niño ejemplar, sino que empieza a ser un niño travieso, con las reacciones típicas de un niño de su edad. El rol que encarna es el de Niño Travieso‑Ejemplar, uniendo aspectos de las dos décadas anteriores, hermanándolos. Se mantiene un delicado equilibrio entre dos polos que, en años pasados, se habían considerado, opuestos. Marcelino es un niño que, al infringir una prohibición, inicia una amistad con un ser trascendente y que; llevado por su generosidad, conseguirá su mayor deseo: ver a su madre.

La década de los 60 supuso una etapa de apertura, de optimismo que se plasmó en toda la sociedad. El modelo de niño que domina en esta etapa dista mucho del niño bondadoso, del niño sumiso, ya que nos iniciamos, paralelamente a la época, con el Niño rebelde. Lo podemos ejemplificar en El Polizón del Ulises (1965), de Ana Mª Matute. Jujú, el protagonista, empieza a ser, de forma aún vacilante, un niño rebelde que se reserva para sí una parcela de su personalidad a la que sólo él tiene acceso, que guarda su intimidad de los demás, que lleva una especie de doble vida. Jujú abre el camino de la autonomía a otros niños.

Niño independiente

Y, por último, a finales de los años setenta y en la década de los ochenta, el cambio operado en la sociedad aparece también en la literatura infantil. El modelo de niño que se obtiene ahora, que se adapta bien al paso de los tiempos es el de Niño Independiente, que tiene capacidad suficiente para hacerse oír entre los demás, que lo exige. Es el niño que también quiere participar de su proceso formador. El Prototipo que liemos estudiado aparece en La ciudad que tenía de todo (1984), de Alfredo Gómez Cerdá.

Aquí los niños son los únicos que reaccionan frente a una masa social alienada, son los únicos que advierten que los derechos del hombre están en peligro.

En definitiva, y aunque el campo no está cerrado, a grandes trazos, ésta sería la evolución social del modelo de niño durante el siglo xx en España. Nos hemos basado en libros importantes, muy leídos en sus épocas para ejemplificar cl tipo de niño dominante, aunque atrás quedan otras muchas lecturas que nos han servido de soporte para confirmar nuestras afirmaciones.

Desde principios de siglo hasta ahora, el cambio ha sido radical y drástico. Desde el buen niño, incapaz de hacer nada por sí solo, hasta el niño autónomo, con voz suficiente, con derechos fundamentales, pasando por toda una gama de nulos sumisos, santos, traviesos, rebeldes y tolerantes.

La conclusión a la que fácilmente se llega es que la literatura infantil, como cualquier otro tipo de manifestación artística o cultural, ha ido paralela a la sociedad y que, por lo tanto, ha mostrado cualquier cambio, lo ha plasmado con absoluta certeza. De ahí que un sistema social cerrado y represivo tenga por modelo al niño sumiso y que, a medida que se va modernizando la sociedad, tenga cabida ya el niño travieso y, con la consolidación de la democracia, el niño independiente. No obstante, no conviene simplificar demasiado los esquemas, ya que no sólo es la sociedad la causante de estos modelos o, al menos, de su permanencia. Nos movemos en un círculo entre sociedad y literatura, ya que existe la retroalimentación que no debemos olvidar. Es decir, la literatura refleja la sociedad del momento y eso es importante, desde luego; pero también actúa como sistema modelizante; esto es, ofrece modelos, tipos que el niño puede imitar, con lo cual el sistema social se robustece y se perpetúa. La literatura infantil, pues, refleja el mundo; pero también lo modela.


REFLEXIÓN PERSONAL.

Lo que es evidente es que la literatura infantil, al igual que cualquier otra manifestación artística ha ido reflejando a lo largo de su historia; el ambiente, la situación y el contexto en el que se ha ido encontrando. Y a través de ella, a través de esta literatura  se pueden distinguir, con total claridad, los cambios y evolución que sufre el pensamiento social en cada etapa histórica. Y esto es precioso, es la realidad de una etapa histórica disfrazada de esta literatura infantil, destinada al mero disfrute y entretenimiento del lector.

Hay dos cosas importantes; por un lado, el hecho tan claro que acabamos de comentar acerca de cómo estos textos plasman, sin intención de hacerlo, el momento social en el que se encuentran. Y por otro lado, la función tan evidente de crear niños de una determinada manera, con unas determinadas características, expectativas, intereses etc. Esto me impresiona, porque aquí si veo la intención de muchos textos de crear al niño perfecto que se esperaba en dicha etapa histórica. Es interesante ver como algo que parece y que realmente se hace con una intención meramente artística, para entretener y hacer disfrutar a los niños pueda suponer tantas otras cosas esenciales que repercutan en la formación de una sociedad.

Es interesante el recorrido histórico que hace Anabel Sáiz Ripoll de la literatura infantil, en el se ven muy claros los cambios que sufre la sociedad a lo largo de la historia con respecto a su pensamiento acerca del niño modelo que se tiene. 

1 comentario:

  1. Un buen comentario. Lo más importante ahora es que discrimines los libros que coartan la libertad de los niños de forma directiva y moralizadora (la paraliteratura obsoleta y ajena a ellos) de la literatura que les permite divertirse y crecer reflexionando sobre lo que hacen o sobre cómo se relacionan con los demás, empatizando con otros niños como ellos y sacando sus propias conclusiones. Y tú, como maestra, serás la guía de este trabajo: la que los ayudará a pensar, a crecer y a aprender sobre ellos mismos y sobre los demás; pero siempre respetarás su esencia y su necesidad de ser lo que son: niños y niñas.
    Te lo anoto como voluntario.

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